¿Puede la tecnología vencer a la muerte? Un análisis desde Black Mirror

Por Martina Bosch
🔹 Crónicas psicoanalíticas de lo contemporáneo
El deseo de lo que fue
Tecnología y muerte en Black Mirror nos moviliza, bastante. Pero como estudiante de Psicología me lleva repensar. Sé que reconocemos fácilmente al deseo como motor de vida, ¿no? Y lo traigo porque creo que no solo eso impulsa a Mike a aceptar esta alternativa; el deseo de que su esposa viva, sino porque también desea volver al momento donde todo comenzó. Repetir historias. Es esto lo que a su vez los motiva a persistir a pesar del límite más grande; la muerte.
Por eso, cada 5 de junio, la pareja regresa al hotel donde se conocieron. Un hotel que es una oda al pasado. Los mismos camareros, misma estética, un mismo dúo musical, y hasta un detalle que se detienen a ver en su habitación: el mismo chicle en el techo desde que ellos fueron.
Pienso que ese ritual es una forma de detener el tiempo. De negar la muerte desde la repetición. Y no solo sucede en la ficción.
Creo que en tiempos donde es difícil poder estar con el otro por la inmediatez que nos corre individualmente, solemos aferrarnos a aquellos momentos del pasado como si fueran a sostenernos el barco de hoy. Porque el presente es demasiado efímero.
Insistimos, aun cuando el tiempo mismo parece detenerse, ni más ni menos que por la naturaleza (un tumor cerebral que no le interesa ni cómo ni cuándo, pero detiene tu vida). Y esta tendencia a sostener el pasado en el presente, es lo que lleva a Mike a confiar en que la tecnología puede salvarle la vida a su pareja. Pensar que se le puede ganar a la muerte.
Lo innombrable digitalizado
Para el psicoanálisis, y para uno de los padres de esta rama; Sigmund Freud, la muerte y la sexualidad son los dos mayores enigmas de la existencia humana. Ambas delimitan lo que podemos representar del todo, y exceden nuestro lenguaje. Son experiencias límite: momentos donde el sujeto se desborda, queda fuera de sí y carece de respuestas. Aunque a la vez es lo que más nos atraviesa, al igual que en la pareja de esta historia.
Pero si la muerte no puede ser simbolizada, ¿qué pasa cuando creemos que puede ser «gestionada» digitalmente?
En el capítulo Amanda sigue viviendo, pero una parte de ella está intervenida para siempre. Y para no ser más rehenes de lo que ya estaban siendo, deben pagar más y más. Como si fuese cargar la Sube de la vida, ¿no?
Negar el fin
Freud también nos habla de la pulsión de muerte, un impulso endógeno que busca la repetición, el retorno a un estado anterior. Y en esta historia, lo que se repite no solo es un aniversario: es el intento desesperado de no perder. Desafiar el límite con el poder de la tecnología, mediante el convencimiento de que es un acto de amor. ¿Y en realidad alguna vez, Mike le preguntó a su esposa si deseaba vivir de esa forma, rehén de un sistema capitalista de salud? No, porque ella estaba dormida.
Claro está que tomó esa decisión desde su amor hacia ella, a compartir la vida con Amanda. No obstante también, como un acto de rebeldía propio, contra lo que nunca podremos vencer, ni reformular, o simbolizar: la finitud.
Buscar la “Faltacidad”
Black Mirror lo hace una vez más: nos muestra que cuando la tecnología toca los límites de lo humano, no siempre los trasciende, a veces los intensifica. En este capítulo, la muerte no se evita; se posterga y se transforma en una suscripción.
La pregunta importante, ¿hasta dónde estaríamos dispuestos a sacrificar, con tal de no vivir la pérdida?
Y en línea con esto, me parece clave que repensemos (aunque cueste) y tengamos claro: El deseo existe porque hay falta.
El psicoanalista Gabriel Rolón en su libro “La felicidad, más allá de la ilusión”, aporta un neologismo: “Faltacidad”. Y explica: “No hay que buscar la felicidad, el estado de completud donde no perdí nada, donde nadie está ausente, y todo es placer. Hay que buscar la Faltacidad; la capacidad de ser feliz a pesar de nuestra falta estructural”.
Por eso pienso que quizás el verdadero gesto de amor no sea desafiar a la muerte, sino acompañarla. Aceptar que la pérdida y la falta nos atraviesan en la vida, incluso cuando sacrificamos la manera de estar, como tal vez hizo Mike al querer sostener esa ilusión con Amanda. Una ilusión construida sobre lo que supieron ser, y lo que deseaban ser pero ya no podían.
No podemos caer en la trampa de pensar que la tecnología nos da el poder de salvarnos de esos enigmas que, en realidad, constituyen la vida misma.