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Acerca de la Autora

Periodista, graduada de la Universidad Católica. Su experiencia en comunicación se describe en casi 30 años de trabajo. Programa radial y sitio propio desde el 2002. Voceria en gestión gubernamental y de impacto en la Agenda Pública. Asesora en Reputación y Derechos Humanos. Disfruta el mediatraining y la formación de líderes. Innovó en el mercado de la Sustentabilidad Empresaria al fundar la primera Consultora que desarrolló Reportes Sociales en formato QR. Produjo y lideró variadas Campañas de bien público. Trabajó como productora general en diferentes radios y en Grupo Artear. Comunicar es mas que hablar.

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El Eternauta no necesitó GPS: pensar era sobrevivir

El Eternauta no necesitó GPS: pensar era sobrevivir

A días de su estreno, El Eternauta se consolidó como una de las tres series más vistas a nivel mundial en Netflix. El impacto es global, pero la resonancia es íntima. Porque en medio de la inteligencia artificial, el scroll automático y las decisiones delegadas al algoritmo, una historia nacida en la Argentina de 1957 nos recuerda algo esencial: pensar es sobrevivir.

La frase clave está ahí, escondida como una trinchera emocional:
“Obedecer sin pensar es otra forma de morir.”

La ciudad que piensa sobrevive

“Obedecer sin pensar es otra forma de morir.”
El Eternauta. Ricardo Darín in El Eternauta. Cr. Marcos Ludevid / Netflix ©2025 “Obedecer sin pensar es otra forma de morir.”

El Eternauta es hoy una de las series más vistas del mundo. Dirigida por Bruno Stagnaro, creador de Okupas, la historia se convirtió en un fenómeno global que revive un clásico argentino con nuevos códigos y mucha vigencia. La trama arranca con una nevada tóxica que cae sobre Buenos Aires. En minutos, lo cotidiano se transforma en pesadilla. Juan Salvo y su grupo de amigos entienden que pensar rápido y moverse mejor es la única forma de no morir congelados. Literalmente.

La serie nos lleva por una Buenos Aires reconocible, una ciudad vivida. No es decorado: es terreno de decisiones. Plaza Italia, la General Paz, el Monumental, Barrancas de Belgrano… cada calle es un llamado. Juan Salvo no usa GPS. Se orienta con la memoria. Con la experiencia. Con la cabeza. Y no lo hace solo. Su amigo Alfredo Favalli lo acompaña con una lealtad de más de 30 años, construida en la vida real y puesta a prueba en el fin del mundo. La serie rescata ese vínculo: pensar juntos es sobrevivir juntos.

Cuando todo se detiene sobrevive el mundo analógico. Y es necesario hacer un paralelo entre ese tiempo y el *hoy*; un estudio del University College London comprobó que, cuando usamos GPS, nuestro cerebro apaga el hipocampo. O sea, dejamos de pensar por dónde vamos. Lo que parecía comodidad, es en realidad desconexión con lo real.

Pensá esto: mientras hoy dejamos que el algoritmo nos diga por dónde ir, Salvo esquiva una nevada mortal siguiendo su intuición. En un mundo que idolatra la velocidad y la eficiencia, El Eternauta nos recuerda que pensar, dudar, incluso perderse, puede ser lo que nos salve.

Porque esa nevada no es solo parte de una invasión: es metáfora. De la obediencia ciega. De la distracción permanente. Del algoritmo que conduce… pero no avisa a dónde.

El Eternauta no plantea una tensión con la tecnología, sino algo más profundo: una defensa obstinada de aquello que hoy muchos dan por obsoleto. La solidaridad. La pausa. La amistad. La capacidad de pensar con otros. Valores que el mundo digital intenta desestimar, pero que, como prueba la serie, siguen siendo nuestra tecnología más humana. La única que, aún sin señal, sigue conectando.

La voluntad como tecnología ancestral

En la serie —como en el cómic—, lo que salva no es el avance técnico, sino el compromiso humano. La locomotora que evacúa a los personajes no es futurista: es mecánica, lenta, colectiva. La radio que transmite alertas no es una app con IA: es un aparato analógico, de onda corta, de esos que aún hoy se activan en contextos extremos, como ocurrió durante el apagón de España.

Y cuando todo colapsa, la Iglesia se vuelve refugio. Pero no como símbolo de fe, sino como espacio de encuentro, de cuidado. Un centro de gravedad humana. Una metáfora de lo que también se perdió: lugares sin conexión donde todavía se escucha.

Oesterheld, su creador, no imaginó una Buenos Aires de supercomputadoras, sino una ciudad sitiada por la desmemoria. Por eso, su héroe no se conecta: se reúne. No actualiza: recuerda. No delega: camina. Y si hoy El Eternauta conmueve no es sólo por su desarrollo y técnica, que es majestuosa también; sino porque nos devuelve un espejo: la inteligencia artificial no nos hará más sabios si olvidamos cómo pensar.

Y no lo hace solo. Porque lo que sostiene la trama desde el primer episodio que es la lealtad. La amistad incondicional entre Juan Salvo y Favalli es más fuerte que cualquier invasión. Una sociedad no se construye con inteligencia artificial, sino con vínculos reales, presenciales y comprometidos.

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El elenco detrás del mensaje

El Eternauta cuenta con la dirección de Bruno Stagnaro, el mismo detrás de Okupas, y un elenco que potencia cada escena con actuaciones sólidas y profundamente humanas. Ricardo Darín interpreta a Juan Salvo, un hombre común enfrentado al fin del mundo. A su lado, Carla Peterson encarna a Elena, su exesposa y aliada en la resistencia. César Troncoso da vida al leal Favalli, compañero incondicional, carbón y amante de las cosas *viejas*, «por que funcionan, asegura» El elenco se completa con Andrea Pietra como Ana, Marcelo Subiotto como Lucas, Ariel Staltari como Omar, Claudio Martínez Bel como Polsky, Mora Fisz como Clara Salvo, e Orianna Cárdenas como Inga. Cada uno aporta una dimensión única a esta relectura de la obra de Oesterheld y Solano López, reivindicando que incluso en lo fantástico, lo más creíble sigue siendo la humanidad.

Por Sara Di Tomaso

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